En la última década hemos atendido a la etapa final de la corporativización del contenido periodístico. La noticia, convertida en mercancía, se oferta cada día a un público que toma sus decisiones de compra o consumo basado en estímulos apetitivos (sensoriales o emocionales), lejos de una reflexión crítica sobre los contenidos que se le presentan.
Los medios masivos, en su mayoría, tienen un modelo de gestión empresarial, y han centrado cada vez más sus objetivos en la rentabilidad y el lucro, dándole prioridad a los índices de venta y de rating, por sobre la calidad de sus contenidos. El público parece no comprender las implicancias de este modelo, y la naturalización en esta forma de concebir a los medios invisibiliza su rol como actor social, como agente formador de la opinión pública.
En estos tiempos de comunicación de masas y culturas mediáticas, la agenda mediática determina en gran medida la agenda pública, no solo en sus temáticas, sino en cómo estas son presentadas a la ciudadanía y qué procesos de reflexión o debate se disparan a partir de ello. Pero en este contexto, el concepto de “responsabilidad social de medio” ha terminado de diluirse; y hoy es hasta cuestionado por los que, en sentido estricto, son más empresas de generación y difusión de contenidos de entretenimiento, que medios periodísticos.
Pero esto es un error, cuando no, una estrategia para evadirse de cambios estructurales que se tendrían que hacer en los procesos de tomas de decisión sobre qué cubrir y cómo hacerlo. Cambios que afectarían los objetivos de rentabilidad antes mencionados.
En el Perú, a parte del mundo académico, percibimos la falta de espacios de reflexión en torno a los medios y su ejercicio. No existe, en la actualidad, una entidad ciudadana de vigilancia efectiva y con capacidad de incidencia real sobre los medios masivos de comunicación.
Esto puede deberse, en parte a la preponderancia de este modelo mediático a escala global que lleva ya más de cien años, y en parte a la defensa que los medios mismos hacen sobre el poder que han ganado, usando precisamente toda su maquinaria de difusión. Cualquier visión crítica sobre la calidad o enfoque de los contenidos es denunciada como un atentado contra la libertad de expresión, dejando totalmente fuera de discusión el derecho a la comunicación de los ciudadanos.
A pesar de haber un consenso generalizado sobre la pobre calidad de los contenidos de los medios, llamados “medios basura”, el sistema actual no permite forma alguna de regulación, y sólo plantea la autorregulación como alternativa.
Es necesario entonces, iniciar un proceso de largo aliento, recuperando nociones básicas sobre la deontología del oficio periodístico, y desarrollando en las nuevas generaciones de periodistas una mirada crítica a los contenidos que consumen (y que luego generarán).
Esperamos que la práctica de vigilancia propuesta por el observatorio logre. iniciar un proceso de reflexión sobre la necesidad de que exista un mecanismo ciudadano de fiscalización ante el actual uso de las plataformas mediáticas, que no asumen el rol que la realidad les ha dado
Finalmente, un objetivo a largo plazo, es introducir en la agenda pública el debate sobre la necesidad de fiscalizar, desde la ciudadanía, la calidad de los contenidos mediáticos.
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