Hoy el Perú celebra 198 años de vida republicana e independiente, entre logros, avances y crisis. Desde nuestra tribuna, la Fundación Gustavo Mohme Llona se suma a la reflexión sobre nuestro país con miras al Bicentenario. Por tal motivo, conversamos con el historiador Carlos Contreras, catedrático de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En una extensa charla, le consultamos sobre los inicios de nuestra nación luego de la Independencia, la construcción de un estado republicano y democrático, y la confección de una identidad nacional. A continuación, compartimos la entrevista que será publicada en dos partes.
Por Mayu Herencia
En las celebraciones por el Sesquicentenario (1971), el debate se centró si la Independencia fue concedida, concebida o conseguida. Para el Bicentenario, ¿el debate se centrará de nuevo en la naturaleza del suceso?
Habrá algo de eco sobre aquel debate de hace medio siglo. Pero también apareceran nuevos temas en discusión, por ejemplo, el dilema monarquía constitucional o república democrática que estuvo en el centro del debate político en los años de la Independencia. Esto ha concitado mucho interés, a raíz de los problemas que el Perú tuvo para adaptar la democracia. Entonces estos temas sobre qué modelo de organización política era más adaptable a la ideosincracia de los peruanos, a nuestra tradición institucional y a nuestra cultura política ha tomado mucho interés.
¿Qué opciones teníamos?
Yo te digo que habían varias opciones allí. La monarquía constitucional como Inglaterra o la república como los Estados Unidos. Ambos eran países respetados y vistos como exitosos. Luego, otro aspecto era ser federalistas o centralistas. Estos modelos tenían experiencias favorables como el sistema federal nortamericano o el centralismo de Francia, que era un país de mucha influencia. En el plano económico también se produjeron discusiones. Habían varias posibilidades en el menú. Estaba la política liberal como la que Inglaterra pregonizaba, una economía de libre comercio y libre movilidad de capitales. Luego estaban las políticas proteccionistas que consistían en bloquear el ingreso de mercadería que competía con la industria nacional.
Entonces, ¿el protagonismo de figuras peruanas en el proceso de la Independencia está superada en el debate?
No, exactamente. Esto sin que desaparezca la polémica de la participación peruana, porque es una especie de trauma que tenemos los peruanos desde hace dos siglos. No tenemos figuras propias de la independencia. Dentro de los grandes protagonistas de la independencia aparecen el general San Martín de Argentina y el general Simón Bolívar, que vino de Venezuela. Un escolar podrá preguntarse dónde están los peruanos. Aparecen en una segunda fila como Gamarra, Santa Cruz. El gobierno de Velasco Alvarado levantó la figura de Tupac Amaru, acto interesante porque se identificaba a un precursor, que no consiguió lo que quería, como el cura Hidalgo en México, pero se lo propuso. Como era un héroe indígena cusqueño, alejado de la élite del país, fue una figura polémica. Este tema de cómo nos alineamos los peruanos frente a la independencia, según clase sociales, según origen geográfico, según identidad cultural es un tema que siempre va a estar presente.
Sobre el tema de los modelos políticos y económicos, y teniendo en cuenta nuestro legado histórico, ¿qué era más favorable para el Perú?
Tal vez más favorable era la monarquía constitucional por la tradición que teníamos. Los que defendían esta opción se encontraban personalidades respetable como Bernardo Monteagudo, ideólogo y asesor de San Martín, e Hipólito Unanue, precursor y prócer de la independencia. Ellos decían que el Perú viene de la monarquía Inca, donde además se instauró la corona española. Los monarcas en esa época eran un referente de unidad. Había una idealización del rey, pues era una persona buena que buscaba el bienestar de la gente. Entonces, de acuerdo a esta tradición, tal vez era lo más práctico. Sin embargo, el contexto político complicaba optar por la monarquía. Existía una oposición extranjera. Ningún país -salvo Brasil- había adoptado por este modelo. Íbamos a ir contra la corriente. En política también hay modas. En ese entonces, era la república democrática. De modo que un trono en Lima iba a resultar repulsivo para los países vecinos y, en aquel momento, tenía una gran debilidad política frente a ellos. El otro problema era que los reyes no se inventan. Ellos vienen de una tradición que les da legitimidad. En ese momento, no teníamos un linaje real al que pudieramos recurrir. Se pensó buscar a los descendientes de los Incas, pero no se logró identificar. Por otro lado, la élite limeña era muy racista y jamás iban a aceptar que un indígena, por muy inca que fuera, sea el rey. Era chocante para ellos. Se propuso traer un monarca europeo, lo cual generaba otros problemas. Tenía que ser católico, lo cual restringuía a muy pocas familias reales en Europa.
Entonces, ¿nunca estuvismo cerca de ser una monarquía constitucional?
La conferencia de Punchauca, que fueron reuniones de paz que se sostuvieron antes de la proclamación de la Independencia, se barajó esa opción y al paracer se avanzó bastante. San Martín y el virrey La Serna lograron ponerse de acuerdo en el plan monárquico. San Martín incluso le ofreció a La Serna que mientras se resuelve quién va a ser el rey, a él lo iban a proclamar. La Serna pensó que esta idea no iba a ser aceptado en España. San Martín y La Serna pensaron viajar juntos a España para hablar con el gobierno español y anunciarles que para acabar la guerra de la Independencia el Perú sea una monarquía constitucional cuyo rey esté emparentado con la corona española. Fernando VII no tenía hijos en edad para gobernar. Entonces, era un problema encontrar un rey.
Se agotaron las opciones para adoptar el modelo monárquico constitucional.
En cierta forma. El modelo político que parecía ser idóneo nos estaba negado. Entonces, nos vimos precipitados adoptar el modelo de la república democrática. En ese sentido, me gustaría resaltar que nos hemos mantenido fieles a ese modelo los casi doscientos años, a diferencia de otros países como México o Brasil donde renunciaron a la república. Perú nunca flaqueó. Tuvimos el proyecto de la Confederación con Bolivia, en 1830, que supuso adoptar el modelo federal, pero no cuestionaba el modelo republicano. En otros momentos, hemos querido adoptar regímenes descentralizados. Ahora mismo estamos probando con los gobiernos regionales. Pero no hemos renegado nunca del modelo republicano. Eso es un mérito porque, con el tiempo, la república ha calado entre nosotros. Digamos que nos ha costado pero nos hemos ido adaptando poco a poco las reglas del sistema republicano, que implica por ejemplo competencia política entre varios partidos, elecciones, que el gobernante sea temporal. Esto costó. Al comienzo el sistema electoral no era el que determinaba el cambio de gobierno. En casi todo el siglo XIX la política la determinó las guerras civiles, los caudillismos. Al siguiente siglo hemos mejorado. Ha habido golpes de estado, pero más institucionales como el de Velasco Alvarado, por ejemplo. Estamos ahora dentro de un sistema electoral que va tomando forma. Nada es perfecto. Hemos visto episodios de corrupción. Es una vergüenza para la república pero es cuestión de demostrar capacidad de reacción. Yo creo que nadie está cuestionando el modelo republicano. Se cuestiona los malos políticos. Quizá las malas decisiones que tomamos los electores, pero no se cuestiona el modelo político. La república, en ese sentido, ha madurado y soy optimista de ver el vaso medio lleno.
Se podría decir, entonces, que ha costado mantener el estado republicano democrático a lo largo de nuestra historia.
Ha costado construirla. La república es una y la democracia es otra. La primera supone una forma de organización de cosa pública, de ahí viene la palabra res pública, comunidad que está compuesta por ciudadanos. Hasta ahí la definición. Pero estos ciudadano tienen que ser iguales, sostener los mismos derechos. El complemento es la democracia, donde los ciudadanos que conforman los miembros de la república deben tener los mismos derechos, deben ser iguales ante la ley. Eso supone la república democrática. El cuerpo político está compuesto por ciudadanos, pero en igualdad de derechos. Eso no se consigue fácilmente. Incluso te diría que no se ha conseguido casi del todo. No podríamos decir que los peruanos tienen la igualdad de derechos, porque no solo es lo que señala la ley, sino que sea real. En el siglo XIX los electores eran los hombres. Recién en 1956 se consigue que las mujeres tengan derecho al voto. Luego, no votaban los analfabetos, porque decían que no tenían ilustración. Desde 1980, votan ellos. Entonces, lo de república democrática se va construyendo. Poco a poco se ha ido ampliando.
Menciona que nuestro orden republicano y democrático se ha mantenido firme y aún está en construcción. ¿Qué hay con la construcción de ciudadanía? A la vez me surge otra inquietud, ¿qué es ser peruano?, ¿una construcción cultural homogénea?
La gran pregunta: qué es ser peruano. La identidad es algo plástico que se va construyendo y se va formando. No es lo mismo el significado de ser peruano hoy que hace un siglo. Al comienzo de la república, la idea de peruanidad era muy débil. El propio nombre de Perú se empleaba poco. Se hablaba de virreinato de Lima, por ejemplo. Más que una identidad peruana, había identidad local como arequipeño, cusqueño o racial como mestizo, indígena. Esas identidades eran más fuertes que la peruana. Ha sido a lo largo de estos dos siglos que se ha ido formando la noción de peruanidad como un referente común. Los grandes soportes de esa formación es la historia. Un relato en común te une. Los historiadores hemos jugado un papel importante. También, resaltaría a la intelectualidad. La literatura de Ricardo Palma permitía al lector identificarse. Entonces, literatos y periodistas construyen la idea de cultura común, historia común. Los escritores van creando tradiciones literarias. Ahora si observamos la cultura en su sentido más amplio la gastronomía, por ejemplo, se ha considerado como un elemento de peruanidad. Los triunfos deportivos, también, que han ido creando la idea de una comunidad. Benedict Anderson decía “la república son comunidades imaginadas”. Pero para que nos podamos imaginar como una comunidad es muy importante los medios de comunicación. La radio fue importante para ser el referente de comunidad. Escuchas un lenguaje común que se va uniformizando. Aparecen peruanismo. La televisión ha sido un elemento muy poderoso. Es interesante saber qué valores asocian las personas a la peruanidad. Hay épocas en que la valoración no es positiva. De pronto ser peruano es ser tramposo, impuntual. En otras épocas se van resalta lo contrario: luchador, tenaz.
¿La confección de una memoria común y colectiva no supuso la omisión de lo diverso? De ser así, ¿cuánto de esto arrastramos hasta ahora que no nos permite reconocernos como tal?
Has tocado un punto importante. Para construir esta comunidad, se parte de algo, que se vuelve hegemónico y oscurece las otras versiones que hay. Hasta cierto punto es un poco inevitable. Sobre todo en un país que es muy diverso. El peso de Lima fue fuerte. Se ha construido una visión limeño-céntrica de nuestro pasado, de manera que las tradiciones y los personajes que más han resaltado provienen de la capital, del centro político. Hasta ahora es fuerte. Esto naturalmente crea en otras regiones un resentimiento por no ser considerado como voces importantes en el coro de la peruanidad. Sin embargo, teníamos que agarrarnos de lo más fuerte que teníamos para construir ese relato común. Ese momento ha pasado y deberíamos pasar a una segunda etapa el cual reconozcamos la diversidad, que ya no supone poner en peligro la unidad. Si hace un siglo te vías lo peculiar de cada grupo étnico tendíamos a fragmentarnos. Ese peligro ya no existe ahora. Es saludable reconocer los aportes diversos y afrontar el desafío de encontrar nuevos referentes de unidad en medio de la diversidad.
Trae a colación con lo sucedido en el 2009, con el denominado Baguazo, donde un expresidente llamó ciudadanos de tercera categoría. Esto demuestra que seguimos arrastrando lo que la historiadora Cecilia Méndez dijo “Incas, sí. Indios, no”.
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