Continuando con la entrevista, el historiador Carlos Contreras esta vez reflexionó sobre la importancia de las instituciones republicanas como el Congreso que, según las encuenstas de percepción ciudadana, tienen un alto índice de desaprobación. Asimismo, analizó la idealización de los proyectos nacionales que enarbolaron los gobiernos en el pasado.
Por Mayu Herencia
En estos 198 años de república, ¿se ha logrado concretar ese tan anhelado proyecto nacional?
Para empezar habría que preguntarse si hubo ese proyecto nacional. De hecho, la independencia fue hasta cierto punto impuesta. La frase de Heraclio Bonilla que la república no (fue) conseguida sino concedida es cruda, pero reflejó una gran verdad. La independencia fue para nosotros como un regalo inesperado. Entonces, se empezó dar contenido a ese paquete. En diversos niveles se fue construyendo dicho proyecto y ha ido cambiando. En esto los historiadores y científicos sociales tenemos que ahondar en la investigación, pero se ha podido identificar diversos proyectos. La generación de Manuel Pardo construyó el proyecto de república liberal, dentro de la época del guano. Fruto de ello fue abolir la esclavitud, porque atentaba contra el principio de libertad. Se abolió el tributo indígena, pero también cayó en contradicciones como estatizar el salitre. . Así como el boom de la independencia se encontró con un arrecife, el proyecto civilistase encontró un escollo, que fue la Guerra del Pacífico, y naufragó. Luego, se replanteó en lo que Basadre llamó República Aristocrática, que fue una especie de restauración de ese proyecto civilista liberal, pero elitizado. No obstante, hizo crisis durante el Oncenio de Leguía, en los años 30. Ahí se abrió un periodo de confusión, transición del que debería emerger un nuevo proyecto.
Luego del Oncenio de Leguia, ¿se pudo identificar la edificación de un proyecto nacional?
Aquí es un poco difícil de identificarlo. Pero, en el siglo XX, un hubo un proyecto que yo llamaría nacionalista, que tuvo su momento más alto con el gobierno de Velasco Alvarado, el cual postulaba un desarrollo económico nacional centrado en la industria y no en la explotación de materias primas. Se centró en los peruanos indígenas y mestizos, no en la élite de origen europea. Un claro ejemplo es la gastronomía, que ahora es tan celebrada. Recuerdo la campaña del gobierno militar para comer lo nuestro. El Perú comía carne de vacuno que no produciamos. No comíamos pescado, ni canchita serrana. Sin embargo, esas experiencias perdieron sus máscaras raciales por el proyecto nacionalista. Ha tenido ciertos logros, pero se va agotando. El proyecto nacionalista incluyó la expropiación de la gran minería, agricultura. No nos fue económicamente bien con esto. El contexto mundial apostaba más por la inversión privada, por lo cual retrocedimos. Ahora estamos en un periodo de crisis, como ocurrió en los años 20 y 30 del siglo pasado. Debemos preguntarnos cuál es el nuevo proyecto que emergerá y que dará viabilidad en este siglo XXI.
Es curioso que estando cerca al Bicentenario este proyecto nacional se vaya reinventando, que tenga etapas y procesos, que obedezcan a coyunturas políticas de la historia del Perú. Pero, ¿realmente se pensó en un proyecto nacional?
No es malo cambiar de objetivos. Claro, si estas cambiando constantemente significa que no tienes claridad en tus metas o consenso en tu población para saber qué es lo que se quiere. Cuando nació la república, esta estaba asociada a prosperidad, ilustración y soberanía. Vamos a ser país soberano, que no es colonia de nadie, que establece relaciones de igualdad con el resto del mundo. Internamente, se iba a realizar una sociedad igualitaria de derecho que, en ese momento, suponía que todos tengan algún grado de ilustración y de prosperidad para que la igualdad sea real. Ese era el proyecto de la república. Ye diría que aquella idea ha sido como el gran proyecto nacional de estos dos siglos: conseguir una dosis de igualdad en riqueza material y formación educativa que nos permita ser una comunidad razonablemente igualitaria, que pueda negociar con el mundo. No obstante, hemos avanzado poco. La desigualdad económica es enorme. No se si decirte que peor que 1821, pero podría serlo. Quizá a nivel educativo se a conseguido un poco más de paridad. En este aspecto ha habido más avances. Sobre soberanía internacional ha sido regular. Un país tiene tanta soberanía como tenga tanto poder económico. Sabemos que no nos ha ido bien. Muchas veces hemos sido sublevados. Se ha hablado de neocolonialismo, de imperialismo. Tenemos mucho por mejorar.
El historiador Flores Galindo decía que el Perú es un país en crisis. Si hacemos una retrospectiva de nuestra historia nos damos cuenta que hemos tenido episodios críticos. ¿Usted tiene esa misma mirada?
Hemos sido un país complicado, que ha enfrentado coyunturas complicadas, pero como toda nación que ha atravesado crisis. Un momento de gran crisis para nosotros sin duda fue la guerra por el salitre. Trajo una depresión económica, una debilidad del estado muy grande, pero nos sobrepusimos. Luego, nos enfrentamos al terrorismo, en los años 80, que a su vez estuvimos agobiados con la crisis de la deuda externa como de la hiperinflación. Recuerdo a Alfonso Quiroz que nos había bautizado como la generación de la crisis. Hemos tenido nuestra época de crisis y épocas de bonanzas. La época del guano fue de bonanza. Aunque depende del contexto, en la época de la bonanza del siglo XX, si eras un indígena esclavizado en los campos del caucho, obviamente, eras excluido de dicha prosperidad. Esto tiene que ver con la desigualdad que hay en nuestra sociedad.
Una desigualdad que arrastramos desde la época de la colonia.
Es nuestra marca de nacimiento. Surgimos como sociedad desigual, porque el Perú realmente es el resultado de la conquista española. Aquella invasión creó, por una parte, un sector hegemónico, dominante y minoritario que tenían privilegios, poder y riqueza, y, por otra parte, un sector mayoritario que era subyugado. Nacimos desiguales. Es una tarea no tan solo para nosotros, sino también para los países poscoloniales. En el siglo XX enarbolamos la ideología del mestizaje como la medicina que nos iba a curar de esa marca de nacimiento. Esa fue la ideología de Benavides, de Manuel Prado. El Perú mestizo. Incluso, los intelectuales de la época como Luis Alberto Sánchez, Valcárcel, Emilio Romero hablaban sobre esto. El escritor mexicano Vasconcelos habló de las razas de bronce como un proyecto latinoamericano. No lo critico. Fue ideológico y buscaba una especie de hegemonía donde borrara las diferencias que podían suponer algo injusto para los indígenas, que tenían que abandonar el quechua para aprender el castellano.
La clase política y las instituciones como el Legislativo tienen un alto desprestigio por la ciudadanía. Vemos en las encuestas y barómetros ciudadanos que tienen una alta desaprobación. Por otro lado, la corrupción es unos de los problemas que la gente cree que es un mal que estanca la vida como sociedad. ¿Entonces cómo confiar en instituciones sumamente desprestigiada?
Justamente, las instituciones mencionadas son los pilares republicanos. Los partidos políticos, el congreso, entre otros, expresan lo que es la república. He visto que las instituciones del antiguo régimen como la Iglesia gozan de mayor confianza. Pareciera que el modelo republicano no ha calado, de manera que el antiguo régimen parece más confiable que la república. Esa desconfianza que se tiene en las instituciones republicanas lamentablemente responden a una historia, o sea, a cosas que han ocurrido, que nos hemos enterado, pero que también se pueden enmendar. No son males irremediables. El habernos percatado es un primer elemento que nos va a permitir corregirlo. Yo diría que debemos ser más responsables con las críticas que hacemos a estas instituciones. Por ejemplo, veo que los partidos políticos son como la pera de box de los líderes políticos. Fujimori encontró en los partidos políticos un elemento con el que hacerse popular y ganar puntos en las encuestas. Con Vizarra está pasando lo mismo. A veces, los medios se suman al carga montón. Se enfocan en los vicios de los parlamentarios y no nos damos cuenta que estamos destruyendo nuestras propias instituciones republicanas. Todos tenemos que hacer de nuestro lado: jueces, congresistas, militantes de partidos deben portarse con dignidad y a la altura de los desafíos. No está mal que critiquemos lo que es incorrecto, pero tratemos de salvar la institución. Son necesarias e indispensable, pero hay que trata de que estén a la altura de lo que significa la república.
¿Cómo llegamos al bicentenario como país?
A mi me gusta compararlo con el Centenario o, con lo más próximo, el Sesquicentenario. Llegamos en democracia, que no es poco. En 1921, cuando se cumplió el centenario, era el gobierno de Leguía, que empezaba con muchas esperanzas porque él se presentó como un caudillo antioligárquico que iba a combatir la aristocracia del Partido Civil. Despertó mucho entusiasmo. Parecía un hombre moderno, eficiente. Las exportaciones iban en alza. Era el momento económico brillante. Entonces, fue un momento de cierto optimismo que se plasmó en esas construcciones medias faraónicas con el que se celebró: el Hotel Bolívar, el estadio de madera de los ingleses, la torre de reloj del Parque Universitario. El Sesquicentenario nos cogió en dictadura militar. Era el momento de división entre los peruanos. Había ocurrido la reforma agraria. Ahora, el Bicentenario llegamos en democracia, la economía no está del todo mal. Es verdad que el crecimiento se está deteniendo un poco. Depende de las medidas que se tomen para que estas se corrijan. El elemento negativo es la crisis causada por la corrupción. En la medida que esté siendo controlada y sancionada creo que puede verse como un bache del que estamos saliendo. Luego, en el plano cultural, es un momento interesante. Me parece que hay la explosión de nuevas corrientes en la literatura, pintura, música, que comienzan a tener un referente nacional. No sería tan pesimista. Esta ola de corrupción que hemos descubierto tiene al frente suficientes elementos de remediación en el plano de la cultura, de la política misma que pueden ayudarnos a cumplir un bicentenario con optimismo para el tiempo que viene.
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