Por Raúl Mendoza – La República
Poco antes de su adiós, Gustavo Mohme Llona decía en una entrevista: “Tengo ideales que no he cumplido todavía. Son ideales que estoy seguro los vamos a alcanzar tarde o temprano”. Estaba a punto de cumplir los 70 años. Para entonces había hecho empresa en el Perú, incursionado en la política y también había fundado un diario, La República. Había trabajado toda su vida, y hasta sus últimos días aún seguía empeñado en lograr nuevos objetivos para bien del país que quiso tanto.
¿Qué lo convirtió en ese hombre incansable en tantos campos? Nacido en Piura, hijo de Gustav Mohme, un inmigrante alemán vinculado al cine, y de Stella Llona, hija del científico Scipión Llona, quedó huérfano a los dos años. Su biografía dice que el matrimonio no prosperó, que su madre partió a Italia con él en brazos y allá falleció en 1932. El pequeño Gustavo volvió al Perú traído por una amiga de su abuela materna, Stella Miller, quien se encargó de su crianza.
“Él no tenía recuerdos de esa época, pero sí tenía como una gran nostalgia por su propia historia, por la ausencia de su madre y su partida tan temprano. Además se quedó solo, no hubo hermanos. Me imagino que su madre debe haber tenido un impacto, no consciente, por supuesto, en su vida, en su forma de pensar, en su gran fortaleza para enfrentar la vida, estudiar y ser un hombre de valores. La cantidad de cosas que logró hacer: el lado empresarial, el lado político, el lado personal, familiar”, rememora Stella, su primogénita, quien hoy dirige la Fundación Mohme.
Su abuela lo acogió y le dio el cariño necesario, lo mismo que sus tíos Adriana y Augusto, quienes le costearon los estudios y fueron mentores para el joven Gustavo. Su abuela era una señora un poco hermética, pero le fascinaba hablar de política. También era estricta, pero lo quiso y cuidó mucho. Falleció cuando él acababa la secundaria. Muchos años después, ya de adulto y paseando con sus hijos por Barranco, él les mostraba la casa donde había crecido.
Durante su paso por la Escuela Nacional de Ingeniería (hoy la UNI) germinó su interés por la política. Allí, entre los profesores, estaba el arquitecto Fernando Belaunde. Estudió la carrera entre los años 1945-50. Los tres primeros años los vivió bajo la “primavera democrática” de José Luis Bustamante y Rivero, y los dos años finales bajo la dictadura de Manuel Odría. Las universidades no fueron ajenas a la persecución de profesores y dirigentes opositores.
Edmundo Cruz, periodista de investigación de La República durante muchos años, precisa: “Como cualquier estudiante de esa época, él no podía ignorar en qué régimen vivía. Ahí él comienza a valorar la democracia, a diferenciar lo que es una democracia de una dictadura. Ahí comienza a preocuparse por el país”.
La familia, las obras
Al terminar la universidad, Gustavo Mohme Llona se fue a Piura. Allá coincidió con Arturo Woodman con quien trabajó en la Municipalidad de Piura, y poco después fundaron Woodman & Mohme Contratistas Generales. Por esos años también conoció a Helena Ramona Seminario Requena, y se casaron en 1956. Hoy sus hijos Stella, Gustavo, María Eugenia, Gerardo, Helena y Carlos continúan su legado en La República y en la fundación que lleva su apellido.
Con Woodman tuvieron una amistad de toda la vida. Trabajaron en todo el país y tienen obras emblemáticas que, varias décadas después, siguen en pie. El puente Villena de Miraflores lo hicieron ellos. También construyeron el puente Bolognesi, en Piura; la primera planta laminadora de la Siderúrgica de Chimbote, y los servicios de abastecimiento de agua y desagüe de Arequipa. Hicieron carreteras, puentes, aeropuertos, complejos industriales, edificios, viviendas familiares.
Fue también una etapa de acercamiento a los obreros y profesionales que trabajaban con él, y se hizo consciente de sus aspiraciones. Era también un amante de los deportes y auspiciaba competencias de fútbol, de boxeo, de pesas. Stella, su hija, confirma esto último: “Le gustaba mucho el deporte. En su juventud fue levantador de pesas”.
En paralelo a la política (militó en Acción Popular y luego en partidos de la izquierda peruana), el año 1981 fundó La República, un diario popular que desde sus inicios se planteó “ser la voz de los que no tienen voz”.
Y aunque en el lapso 80-2000 el diario fue un medio con temas relevantes y que exigían un trabajo serio, Gustavo Mohme siempre fue un hombre afable, cercano a quienes conformaban las filas del diario. Muchos en la redacción le decían “Papá” Mohme. Deportista como era, participaba de los campeonatos de fulbito interno y no le gustaba perder. A pesar de sus múltiples actividades, siempre se daba tiempo para llegar a la redacción antes del cierre.
Stella lo recuerda los fines de semana, en su casa al sur de Lima, recibiendo por fax las páginas del diario, y leyendo y llamando por algún cambio o alguna duda. En medio de todas esas actividades, Gustavo Mohme padre se daba tiempo para reunir a la familia los domingos en desayunos o almuerzos que disfrutaba mucho. “Las sobremesas eran largas”, dice Stella. Su ritmo de trabajo durante la semana era fuerte y su secreto para sobrellevar su ajetreada agenda era tomar religiosamente una siesta por las tardes.
Le gustaba mucho la playa y la muerte lo sorprendió justo cuando caminaba frente al mar. Edmundo Cruz, periodista y amigo suyo, lo perfila: “Su madre lo quería mucho. Y luego el amor que le prodigaron su abuela y sus tíos creo que influyeron mucho en su persona. Uno da lo que recibe”. Stella, su hija, dice que fue una persona dedicada a los otros. “Era generoso, desprendido. Vivía para el resto de la gente. Era parte de su personalidad”. Así también lo recuerdan quienes lo conocieron.
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