El nombre y el recuerdo de Gustavo Mohme Llona trasciende en la historia del país como un hombre ejemplar, que entregó sus mayores desvelos en procura de una sociedad en donde conceptos como los de justicia y dignidad de la persona humana no fueran expresiones vacías ni huecas, sino más bien manifestaciones concretas, ligadas al bien común; ese conjunto de condiciones que permiten el desarrollo integral de los ciudadanos, sin discriminaciones, sin marginaciones, sin olvidos.
Han transcurrido 17 años de su desaparición física, pero las huellas de su comportamiento, cargados de profundo amor por un Perú más fraterno y más justo, siguen indelebles; no han desaparecido. Por el contrario, en estos tiempos, en donde los intereses llenos de egoísmo y avaricia se presentan como superiores al bienestar nacional, esos pasos marcan un horizonte a seguir. Mohme Llona entendía y proclamaba la necesidad de un Perú solidario, de una sociedad en la cual cada uno de sus integrantes debía ser el fundamento, el fin y el sujeto en todas las instituciones en que se expresa la vida social.
En su habla diaria como político, empresario y periodista, ante propios y extraños, no se quedaba en enunciar un conjunto de principios generales. Iba más allá para lograr que la aplicación de esos principios se convirtieran en situaciones concretas. Eso le llevó a promover y colocar la piedra fundamental que, con participación de otras personas y otras organizaciones, hizo realidad el Acuerdo de Gobernabilidad, promesa nacional que apuntaba al logro de ese sueño suyo, el de un Perú más justo; ese Perú defensor y protector de los derechos fundamentales de la persona humana y de la institucionalidad democrática.
¿Qué lo llevó a proponer el Acuerdo de Gobernabilidad?
Evidentemente, su preocupación ante el presente y el futuro del Perú como nación. Para él, el hombre peruano, además de subsistir, requería desarrollarse, obrar, proceder, y ser dotado de inteligencia y de voluntad libre para, de esa manera, participar activamente en la vida pública y aportar su grano de arena a la consecución del bien común.
Convencido de que las utopías pueden convertirse en realidad, Mohme Llona, a quien conocí en los años sesenta en el complejo mundo de la política, perfiló una personalidad en la que confluían la amistad, la lealtad, la honestidad, la solidaridad y la justicia. Esos valores fortalecieron su espíritu tanto que pudo afrontar con valentía y con decisión los trances más difíciles de su existencia, durante los cuales expuso vida física y bienes materiales. Así, también, acerado por los mismos, no le tuvo temor a la canallada que en los noventa atentó contra su honor de forma oprobiosa y contumaz. Esos valores fueron su norte y se constituyeron en el dínamo que lo llevaron a convertirse en un líder ejemplar que, mediante la palabra oral y escrita, como tribuno parlamentario y como editor periodístico, pudo construir consensos y orientar en la toma de decisiones en bien de la patria.
Lima, 2017, Roberto Mejía Alarcón
Debe estar conectado para enviar un comentario.